Nuevamente la sociedad civil vence a la institución política, como debe ser. La Marcha Patriótica ha cumplido sus objetivos y ha dejado una importante lección para la sociedad: cuando las voces de los excluidos se unen mediante canales legales y legítimos de participación política, no hay criminalización que los espante, ni prohibición que los disuada. En un Estado donde los representantes no representan, los partidos son herméticos, erráticos y oportunistas, la justicia no acaece, y los medios masivos propenden a intereses oligopólicos, la movilización masiva se presenta como única alternativa de participación popular legítima, tras descartar de cuajo la vía armada.
La Marcha Patriótica nos plantea el interrogante sobre nuestra verdadera independencia como Estado, nuestra verdadera libertad como pueblo, y nuestro carácter plurinacional. Convoca diversos sectores marginados en la construcción de la nación por razones étnicas o económicas, que cuestionan la legitimidad del proyecto de nación centralista, urbano, blanco, masculino, católico y burgués. Es una movilización exitosa que operativiza y visibiliza el cambio que se está dando en el orden simbólico de la cultura política en Colombia, antecedente necesario para el cambio socio-político que nos permita avanzar en la consolidación de un país incluyente.
Bien es cierto que la marcha ha tenido sus bemoles como toda movilización masiva los tiene. Pero nada próximo al amarillismo de los medios oficialistas y a la criminalización de la institución. Se acusa la participación de Farc-ep en ésta, cuando todos los sectores que participaron han rechazado de forma tácita, en sus declaraciones y sus actos, la vía armada. Se debe recordar que el movimiento indígena ha organizado mingas exitosas para rescatar a sus muchachos reclutados y para sacar los laboratorios de coca de sus territorios.
Se ha acusado a la marcha de vandalismo, por ocupar la sede de la Universidad Nacional de Bogotá. Pero si las negociaciones que se llevaron a cabo tres meses antes con el Distrito y con las Directivas son infructuosas, el desenlace no podía ser mejor. Para la realización de las diferentes mesas de trabajo (cabildo abierto) y el hospedaje de 15.000 personas durante tres días, donde pudiesen confluir indígenas, campesinos, afros y estudiantes, el escenario de la Nacional resultaba idóneo. Sin embargo, no es la primera vez que las directivas de la nacional dejan ver su alineación con el aparato burocrático. Separar al estudiantado de los procesos y movimientos sociales es cercenar los caminos de una participación imprescindible de la academia en el cambio social. De haber mostrado un poco de voluntad, la universidad hubiera podido acoger este proceso en orden y brindar los espacios para el debate, continuar con sus actividades académicas, y lo más importante, participar en la construcción de un ideario de nación incluyente y participativa.
Cristales rotos y candados forzados es el espeluznante saldo de una movilización pacífica y constructiva entre sectores heterogéneos que unen esfuerzos por el entendimiento político. Gente que venía desde los rincones más aparatados y olvidados del país con el único fin de cometer estos terribles actos de destrucción impía para ganar protagonismo. Considerando los resultados de las mesas de trabajo y las conclusiones finales de la movilización, expresado en un documento sin desperdicio que intitula “Proclama por los 518 años de resistencia y 200 años de lucha. De la Independencia a la emancipación.”, y el éxito que supone congregar a sindicalistas, feministas, estudiantes, campesinos, afrocolombianos e indígenas, a construir procesos de cambio desde el consenso, yo pongo para la vaca de los vidrios rotos.
Se ha acusado a la marcha de vandalismo, por ocupar la sede de la Universidad Nacional de Bogotá. Pero si las negociaciones que se llevaron a cabo tres meses antes con el Distrito y con las Directivas son infructuosas, el desenlace no podía ser mejor. Para la realización de las diferentes mesas de trabajo (cabildo abierto) y el hospedaje de 15.000 personas durante tres días, donde pudiesen confluir indígenas, campesinos, afros y estudiantes, el escenario de la Nacional resultaba idóneo. Sin embargo, no es la primera vez que las directivas de la nacional dejan ver su alineación con el aparato burocrático. Separar al estudiantado de los procesos y movimientos sociales es cercenar los caminos de una participación imprescindible de la academia en el cambio social. De haber mostrado un poco de voluntad, la universidad hubiera podido acoger este proceso en orden y brindar los espacios para el debate, continuar con sus actividades académicas, y lo más importante, participar en la construcción de un ideario de nación incluyente y participativa.
Cristales rotos y candados forzados es el espeluznante saldo de una movilización pacífica y constructiva entre sectores heterogéneos que unen esfuerzos por el entendimiento político. Gente que venía desde los rincones más aparatados y olvidados del país con el único fin de cometer estos terribles actos de destrucción impía para ganar protagonismo. Considerando los resultados de las mesas de trabajo y las conclusiones finales de la movilización, expresado en un documento sin desperdicio que intitula “Proclama por los 518 años de resistencia y 200 años de lucha. De la Independencia a la emancipación.”, y el éxito que supone congregar a sindicalistas, feministas, estudiantes, campesinos, afrocolombianos e indígenas, a construir procesos de cambio desde el consenso, yo pongo para la vaca de los vidrios rotos.
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