Corren ríos de tinta en estos días sobre las filtraciones de documentos de Wikileaks demostrando la fragilidad de un sistema político global basado en la diplomacia secreta, y develando la correlación entre los grupos de interés gremial, los gobiernos y la actuación militar a gran escala. El caso de Colombia es tan sólo una pincelada de ese gran cuadro que representa la nueva alineación global, que en nada refiere a países, si no a élites en el ejercicio del poder. El enconado debate entre detractores y panegiristas del empoderamiento ciudadano de la información remite a un debate mucho más profundo sobre los límites de las facultades de los gobernantes: por un lado quienes confieren plenos poderes y garantías al soberano; por otro, quienes supeditan todo ejercicio del poder al control y voluntad de los ciudadanos.
Ni los más avezados futuristas de mediados del siglo XX pudieron aventurar la suerte que correría la diplomacia internacional de posguerra: el advenimiento de internet, las redes sociales, y la consecuente liberalización de la información, está estableciendo un patrón de ciudadano capaz de “presentarse” en tiempo real en las más disímiles situaciones de la política internacional, estableciendo vínculos entre colectivos que empiezan a sentirse semejantes con sus pares más remotos, consolidando un nuevo tipo de alineación alternativa de la ciudadanía en lo que se ha llamado la sociedad de la información o del conocimiento. Y nunca antes el aparato de coerción estatal tuvo que enfrentarse a este tipo de respuesta ciudadana instantánea.
En este orden de cosas, podemos identificar dos tipos de construcción discursiva respecto al manejo público-privado (o secreto) de la información en general, y de la información política en particular: 1) aquellos que argumentan que las nuevas tecnologías de la información han de estar supeditadas a un control estatal, incluso supraestatal, argumentando razones de soberanía, legitimidad y seguridad nacional, lo que el sociólogo venezolano Miguel Ángel Contreras identifica como la consolidación de un Nomos Imperial que propende por la legalización y sacralización de la guerra; y 2) aquellos que defienden el uso de las nuevas tecnologías de la información por parte de la ciudadanía como herramienta de contrapeso al poder económico-político de los sectores gremiales, lo que el filósofo francés Bernard Stiegler ha llamado rimbombantemente una Ecología Industrial del Espíritu, que identifica las nuevas tecnologías como una herramienta del pensamiento crítico que impulsa una nueva base civilizadora.
Podemos aterrizar este debate en clave de Cultura Política Colombiana: identificar la relación entre las élites en el ejercicio del Poder y los grupos de interés de carácter gremial para comprender la construcción del discurso de legitimación de la coacción y el uso de la fuerza, terciadas por los medios de comunicación de gran escala para analizar el trasfondo de la alineación internacional a la que se apegan en la construcción de ese Nomos Imperial del cual ha participado con ahínco el doble gobierno de Uribe, y continúa participando el gobierno Santos. Es así como el desvertebrado aparato institucional decide ponerse manos a la obra, rapiñar del discurso post 11-S, arrimarse al buen árbol de los Estados Unidos, y sacar este recalentado de la Guerra Fría para construir el imaginario de un enemigo externo que legitime el uso de la fuerza en la guerra planetaria del Bien contra el Mal, a su vez identificable con el imaginario de un enemigo interno que legitime el uso de la fuerza en la guerra nacional entre la gente de Bien y los hijos del Mal.
Así es que vuelve el recalcitrante discurso dicotómico de derecha vs izquierda, y las teorías de la conspiración internacional contra la Democracia y el Progreso. Según la usanza en boga, y para hacerlo más digerible, el recalentao se presenta bajo la forma violencia legítima vs terrorismo, es decir, Estado vs cualquier-cosa-contraria-al-Estado. Analicemos los ingredientes del plato:
Dice RCN, que si el Partido Comunista Colombiano (PCC) tiene una estrecha relación con el Partido Comunista Cubano, y que si el agua moja pero la toalla seca. Evidentemente mi querido Watson, porque el ideario comunista es internacionalista per se, y puede añadir aún más: que el PCC tiene una estrecha relación con todos los Partidos Comunistas del mundo, aún sus diferencias pragmáticas. Y que si el PCC es clandestino y brazo político de las Farc y el Eln, siendo que es el propio sistema político colombiano, debido al umbral electoral, el que excluye al PCC de la participación política, viéndose en la necesidad de actuar mediante alianza con el Partido constituido para integrar las fuerzas de izquierda, el Polo Democrático Alternativo; y en todo caso son las Farc la disidencia del PCC, cuyo origen político en la década de los 60 es una desavenencia del Partido por considerar que la vía institucional no garantizaba el acceso a los mecanismos del Poder, y que la única vía, era la vía armada. Postulado que Farc mantiene hasta el día de hoy.
También se ha dicho que el encargado de la oficina de pasaportes del Ministerio de Relaciones Exteriores, Mauricio Acero, denunció intenciones de ciudadanos sirios, jordanos, palestinos y venezolanos de obtener fraudulentamente la ciudadanía colombiana, así como la utilización de esta para realizar labores de inteligencia para el gobierno cubano. . Y claro, es que siendo el pasaporte colombiano uno de los más aborrecidos en las aduanas y fronteras del planeta (listado de países que exigen visado a colombianos), optar por la nacionalidad colombiana es toda una estrategia de camuflaje.
Dice también RCN que el Ministro de Defensa Nestor Jobim reconoce implícitamente la presencia de las Farc en Venezuela, pero que no lo hace públicamente para no frustrar la capacidad de mediación de Brasil en el asunto, y que reconoce la capacidad de Colombia de actuar como elemento de inestabilidad regional, por demás, conclusión generalizada en la cumbre de Rio tras los ataques al campamento de las Farc en Ecuador.
Finalmente, el ingrediente principal del recalentao, Venezuela refrita: la analogía entre el plan expansionista del proyecto bolivariano en la región (coadyuvado por los gobiernos de Ecuador y de Bolivia), y el proyecto del nazismo en Europa; las misiones de espionaje del gobierno de Venezuela y Cuba contra diplomáticos de Estados Unidos en Caracas; la venta de 100 misiles por parte de Rusia; y finalmente la relación del gobierno Chávez con las milicias de las Farc. Un huevo frito encima y Neoguerra Fría lista para servir.
Así es que una cosa es la filtración de documentos secretos del gobierno de Estados Unidos, y otra la interpretación y seguimiento que se hace de estos. Existen dos sectores opuestos que hacen uso de esta información: los medios de comunicación a gran escala de los sectores gremiales, con intereses corporativos, financieros y económicos, con gran representación burocrática en el gobierno, incluyendo curul presidencial; y por otra parte, los sectores divergentes que actúan como control ciudadano de las relaciones de poder en la consolidación de una democracia real, pluralista y participativa sobre el ejercicio de la política. El primero estaría encaminado a alinearse bajo la forma del Nomos Imperial con el hegemón que tantos favores ha prestado. El segundo, estaría alineándose con el sector contestatario global que entiende que el Estado y sus fuerzas armadas han sido utilizados por grupos de interés para fines privados mediante el ejercicio de la fuerza a gran escala, sin contar siquiera con el beneplácito de los ciudadanos a quienes dice representar.
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